El Ensañamiento de un Bandolero



Entre tanto, el bandolero que hizo los primeros disparos se fue sobre el señor Eduardo Grohnert que, como hemos dicho, sufrió una caída, y le dio un fuerte culatazo con su carabina, pegándole en la región del cerebro, golpe este que le ocasionó la muerte.

En esta situación tomo parte activa en el crimen otro de los bandoleros, que inmediatamente de entrar al comedor se había dirigido a una pieza contigua, en donde se encontraba teléfono para arrancar el fono y evitar toda comunicación.

Este individuo siguió rápidamente a la señora Beatriz Portella de Grohnert, que huyó hacia el escritorio por otra de las puertas del comedor y que, encontrándose frente al escritorio y a pocos pasos de la puerta que da hacia el jardín, fue alcanzada por un disparo de carabina que le traspasó el cuello, tomándole parte de la boca.

Junto al escritorio, sin alcanzar a dar un paso más, cayó también esta víctima de los bandidos lanzando un agudo grito de dolor.


Actitud heróica del dueño del fundo.
Entre tanto, el señor don Luis Labarca Prieto, dueño del fundo, que se paseaba en esos momentos por el jardín de la casa, acompañado de su esposa, la señora Elisa Wood, corrió apresuradamente a una de las habitaciones, en donde cogió una carabina para ir en auxilio de todos los suyos. Desgraciadamente próximo ya a las habitaciones en que se desarrollaban los sucesos, pudo comprobar que la carabina estaba descargada.

Según nuestras informaciones, intento retroceder, pero en ese mismo instante escucho el llanto de su pequeño hijo (Patricio) y la voz de otro menor (sobrinos) que pedía auxilio. En esas circunstancias el señor Labarca penetró valientemente por el escritorio al comedor y con la rapidez del rayo asesto un fuerte golpe con las manos a uno de los bandoleros, echándolo por tierra.

Sostenía con este una lucha cuerpo a cuerpo, cuando otro de los bandidos le pegó un golpe en la cabeza y tan pronto cayó el señor Labarca, se arrojo sobre él acertándole numerosos golpes con un yatagán. Los puntazos con esta arma, bastante afilada, le vaciaron un ojo, y entre otras muchas heridas, le ocasionaron una gran fractura del cráneo que, sin duda fue la que le ocasionó la muerte.

El señor Labarca expiró en la puerta del comedor por donde penetraron los bandoleros. La esposa del señor Labarca, entre tanto, se ocultó en la pieza de una de sus empleadas llevando uno de los chiquitines en brazos.

Un saqueo brutal.
Cuando ya nadie ponía oponerse al desborde de los instintos criminales de los forajidos, empezó el saqueo. Los bandoleros tomaron al niñito Félix Grohnert, y después de golpearlo, le exigieron que buscara las llaves de la caja de fondos.

Así lograron abrir esta, y con unas llaves que se encontraban en el interior abrieron también otros casilleros donde se guardaban más de dos mil quinientos pesos, dinero de que se apropiaron los asaltantes
.

En seguida, sin conmoverse siquiera ante el llanto dolorido de las pequeñas criaturas que se encontraban en el comedor, junto al cadáver de su padre obligaron al joven Félix, a que reconociera los cadáveres, preguntándole a cada uno de ellos:

¿Quién es este?
El niñito, temeroso, respondía débilmente a la brutal interrogación del cruel asaltante
.
Llegaron por fin frente al cadáver del señor Grohnert, y el bandolero lo interrogó nuevamente:

¿Quién es este? _
Mi papacito, dijo el joven profundamente emocionado
.

El inhumano asaltante obligo al pobre joven a que le sacara el prendedor de la corbata a su padre, y como no lo lograra, le paso un cortaplumas, a fin de que cortara la corbata, hecho lo cual, llamó a sus demás compañeros que habían recogido algunas otras especies por un valor de quinientos pesos más o menos y emprendieron la fuga por la misma puerta por donde entraron; pero en lugar de salir al camino, tomaron hacia el interior de las casas, atravesando por un pasadizo, y saltando la serie de rejas y alambrados para seguir hacia los cerros en dirección a Lo Curro.

Mientras el señor Grohnert arrancaba el prendedor de la corbata de su padre, éste en un movimiento convulsivo dejaba de existir.

Observando después el camino seguido por los bandoleros en su escapada, pudimos imponernos que había rastros de pisadas junto a una acequia y manchas de sangre en las ramas de unos montes en donde escalaron un cierro
.

El Mercurio 12 de Febrero de 1926

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